La crianza respetuosa es una forma de vida, que reconoce a los niños en su familia incluso antes de su nacimiento.
Además, les permite aprender a interactuar con el mundo desde la aceptación y la seguridad.
Con esto, se les prepara para hacer frente a los retos crecientes de la vida y para establecer vínculos emocionales sanos.
Crianza respetuosa
Cuando la opinión de un niño/a no es escuchada o cuando se le invita a no llorar diciéndole “tranquilo que no pasa nada”, se hace evidente la creencia de que el sentir de la infancia es inferior al de la adultez.
Justamente este paradigma es el que intenta transformarse a partir de la crianza respetuosa.
“Yo estoy bien y tú estás mal… Yo soy grande y tú pequeña”, son dos de las frases que nos hacen recordar al padre de “Matilda” en aquella memorable película.
Y por extremo que parezca, algo de ese imaginario se ha colado en la crianza de los pequeños por varias generaciones.
¿En qué consiste la crianza respetuosa?
La crianza respetuosa reconoce a los infantes como miembros de la familia, con tantos derechos como cualquier otro.
Abre espacios para que sus opiniones, necesidades, inquietudes y expectativas sean parte integral de la dinámica familiar.
Para que esto sea posible debe existir horizontalidad, de modo que el niño/a pueda participar y realizar las actividades propias de su edad.
Por ejemplo, a partir de los dos años los pequeños pueden opinar respecto a la ropa que van a usar.
Cuando se les permite hacer cosas por sí mismos, se reconocen sus capacidades y se les ayuda a desarrollarlas.
Asimismo, el tener en consideración los derechos de los niños/as implica comprender las características evolutivas de cada etapa del desarrollo, sabiendo que naturalmente ellos corren, exploran, se ensucian.
Y al hacerlo están conociendo el mundo y aprendiendo a desenvolverse en él, por lo que es vital que cuenten con espacios para ello.
Límites saludables
Esto no significa que los niños puedan hacer lo que quieran sin ningún tipo de límites ni disciplina.
Al contrario, las normas brindan seguridad. Pero es importante que se manejen los límites como una forma de cuidado y que así se le expliquen al niño.
Cuando no le dejamos caminar en la calle sin ir tomados de la mano es para evitar el peligro de los vehículos. Si así lo comprende, adquiere habilidades para la vida como el autocuidado.
Distinto a lo que ocurre cuando la premisa es “se hace así porque yo lo digo”, lo cual únicamente genera sumisión.
Hay otros límites al estilo de “no te ensucies” o “quédate tranquilo/a y en silencio”.
Esto, la mayoría de las veces responde más a la comodidad del adulto que a las necesidades del niño.
Un buen ejercicio para saber si las normas existentes son acertadas, es preguntarse cuál es su enseñanza.
Por lógica serán infranqueables las que separen a los pequeños de los riesgos para su salud y su seguridad y que les enseñen a ser respetuosos con los demás.
Cuando notamos que las restricciones resultan válidas, pero son muy repetitivas durante el día, es necesario adecuar la dinámica y brindar a los hijos más espacios donde puedan hacer actividades propias de su edad.
La crianza respetuosa nos plantea que para un adecuado desarrollo se requiere un entorno de buen trato y empatía, donde el niño no tema ser juzgado.
Incluso en los momentos en que se equivoca es necesario que se sienta aceptado, en el entendido de que es legítimo errar y rectificar.
Esto le brinda seguridad y fortalece su autoestima.
Regulación emocional
También hay momentos complejos, como los episodios de ira, tristeza o frustración en los niños/as.
Estos resultan ser una buena oportunidad para que aprendan a autorregularse.
La crianza respetuosa nos recuerda que tales estados emocionales son normales y que hay que aprender a expresarlos sin hacerse daño ni dañar a otras personas.
Este tipo de abordaje implica un gran reto para madres y padres, quienes deben ser capaces de regular sus propias emociones para poder acompañar a los hijos en el proceso de también aprender a hacerlo.
No hay que perder de vista que las experiencias tempranas preparan a las personas para desenvolverse en el mundo.
Si aprenden sumisión, tendrán una vida sumisa. Si normalizan las explosiones de violencia es así cómo actuarán.
Un aspecto que ayuda a los adultos a autorregularse es la empatía.
Dado que la mayoría de los seres humanos fuimos criados desde la perspectiva adultocéntrica, podemos colocarnos en el lugar de los niños/as.
Y sin perder de vista que aspiramos para ellos una experiencia distinta, alcanzamos a ver la realidad desde sus ojos y así conseguimos tener mayor calma.