Todas las personas experimentamos miedo desde pequeños y hemos aprendido a evitarlo, rechazarlo y ocultarlo como si fuera una emoción “negativa” que nos muestra vulnerables ante los demás, en lugar de reconocerlo como una emoción básica y natural cuya función protectora es esencial para la vida.
Esta emoción actúa como una señal de alerta que nos ayuda a evitar riesgos y alejarnos del peligro para sobrevivir. Por lo tanto, “no es un enemigo a vencer”, sino un aliado que nos cuida e impulsa a actuar y adaptarnos al entorno. Cuando se experimenta de manera adecuada, el miedo permite tomar decisiones y mantenernos a salvo pero en exceso puede bloquear, paralizar y distorsionar nuestra percepción de la realidad.
El miedo nos acompaña toda la vida, así que no tendríamos que pretender eliminarlo, evitarlo o negarlo, sino más bien conocerlo y relacionarnos con él de manera adecuada para que cumpla su función sin limitar nuestras acciones, relaciones y bienestar. Lo importante no es el miedo en sí, sino lo que hacemos con él.
Conociendo el miedo...
Al igual que la alegría, tristeza, enojo, sorpresa y asco, el miedo es una emoción básica, universal y con una función adaptativa que influye en nuestras acciones y supervivencia.
El miedo es la alarma que nos mantiene atentos ante posibles riesgos (Mammoliti, 2023), es un guardián que nos cuida y ayuda a enfrentar la vida al activar reacciones corporales que nos preparan para la acción y dar una respuesta inmediata de huida o protección. Por ejemplo, ante un terremoto mientras ocurre.
Se origina en nuestras interpretaciones y pensamientos más que en la realidad en sí misma. Cuando afrontamos una amenaza (ya sea real, imaginaria o una mezcla de ambas), surge como constructo mental: “da más miedo lo que interpretamos, de lo que realmente está sucediendo” (López, 2024). Es decir, el miedo se activa y se siente por lo que imaginamos que puede suceder, más que por lo que está sucediendo.
Causas del miedo
Si la causa del miedo es imaginaria o irracional (producto de creencias limitantes o experiencias pasadas), es necesario usar la razón para analizar si realmente se está en riesgo o no. Por ejemplo: creer que saldrá mal una presentación que se ha preparado detalladamente en lugar de confiar en las propias capacidades.
Si la causa del miedo es real, racional (basado en un peligro real) o ya ocurrió, hay que tomar acción para resolver el problema o adaptarse a la nueva situación. Por ejemplo: reconocer y validar el miedo al perder un trabajo y enfocarse en buscar nuevas oportunidades en lugar de quedarse paralizado.
Además, es necesario evitar que esa causa real genere otras imaginarias, como temer que “nunca” se encontrará otro trabajo, aunque no haya evidencia de que eso sucederá.
Tipos de miedo
- Funcional (sano o adaptativo): Cumple su función protectora, nos alerta y ayuda a evitar peligros reales, a tomar decisiones seguras y a actuar con precaución sin bloquearnos. De modo que el miedo a cruzar una avenida con mucho tráfico, nos hace esperar el semáforo y mirar hacia ambos lados antes de simplemente cruzar.
- Disfuncional (patológico o excesivo): Sobrepasa la función protectora, limita y paraliza nuestras acciones al experimentarse de manera desproporcionada. Deja de ser útil al exceder su intensidad y duración en relación a la amenaza percibida, como evitar subir a un ascensor o a un avión aunque eso implique subir muchos pisos por las escaleras o perderse un viaje por miedo.
El psiquiatra R. López explica que para conocer nuestros miedos y evaluar si son sanos o patológicos, es necesario preguntarse: ¿a qué se le tiene miedo? y ¿con qué frecuencia, intensidad y duración se experimenta ese miedo?
Entre más útil sea, cumplirá mejor su función adaptativa.
Entre más intenso, exagerado, desproporcionado y duradero, causará más daño e impedirá o limitará lo que realmente se quiere hacer.
De igual manera hay que puntualizar que la ausencia de miedo (no tener miedo) pondría en riesgo la vida e integridad propia o de los demás, lo cual tampoco es saludable.
Miedos más comunes
Diversos autores coinciden en que evolutivamente, hay miedos que compartimos con los demás y nos acompañan toda la vida. Su origen puede relacionarse con:
- Desafíos universales como el peligro, dolor y asco
- Culturales como la vergüenza y el rechazo
- Personales como la soledad y el control.
A partir de ello, se pueden distinguir diferentes miedos:
- Instintivos: caer, ruidos fuertes repentinos, objetos acercándose a gran velocidad, serpientes y arañas
- Aprendidos: oscuridad, enfermar, sufrir, el perder control, envejecer, vivir humillación, equivocarse, no ser perfecto, revelar o reconocer una verdad, cambio, pérdida y fracaso
- Profundos: muerte, libertad, soledad, aislamiento y falta de sentido de vida.
Cualquiera que sea nuestro miedo, es necesario reconocerlo primero ante nosotros mismos que frente a los demás e incluso identificar si se esconden tras un disfraz que impida su expresión como:
- El enojo, ira o agresión
- Apatía, indiferencia o aburrimiento
- Desapego
- Procrastinación, pereza, inacción o ausencia de inspiración
- Soberbia o arrogancia
- Optimismo irracional o excesiva confianza
- Hiperactividad y practicidad
- Perfeccionismo
Al hacer contacto con el miedo podemos darle la bienvenida, aceptarlo y permitirle ser un aliado protector. De lo contrario, mantendrá una tensión constante como si se quedara pegado a una alarma, impidiendo confiar en nosotros mismos y conectar con el presente.
¿Cómo afrontarlo?
El miedo puede impedirnos vivir plenamente y alcanzar nuestro potencial. Al afrontar los miedos, desde los más cotidianos hasta los más profundos, podemos descubrir que muchos de ellos son infundados o exagerados.
M. Poler propuso un enfoque basado en la acción y el autoconocimiento para afrontar el miedo. Su experiencia sugiere un proceso estructurado en los siguientes pasos:
- Descubrimiento: Identificar qué nos da miedo.
- Negación: Ignorar el hecho de que realmente estamos asustados y quedarse ahí en la zona de confort, sin hacer algo.
- Determinación: Hacer los arreglos necesarios para enfrentar el miedo, armar un plan de acción con fecha para hacer eso que da miedo.
- Duda: Pensar en los posibles resultados, convertirlo en caos, perder el valor de intentarlo, querer renunciar.
- Acción: Enfrentar el miedo, hacer lo que da miedo y descubrir la propia fortaleza.
- Celebración: Compartir con el mundo lo que se hizo y sentirse orgulloso de sí mismo por enfrentarse al miedo.
Estos pasos permiten rescatar las propias herramientas cognitivas, conductuales y emocionales para cambiar el enfoque con que miramos y nos relacionamos con el miedo.
Otras estrategias útiles para afrontar el miedo son los ejercicios de respiración, meditación, modificación de la postura corporal, escribir y/o hablar, visualización progresiva (ensayo mental de lo que se quiere hacer), entre otras que puedes aprender en proceso psicoterapéutico para reducir su impacto y ganar confianza.
Pedir ayuda profesional e incluso considerar el acompañamiento psiquiátrico, es necesario cuando el miedo se desborda y toma el control interfiriendo con la capacidad para disfrutar la vida. Además es importante señalar que el miedo es un componente de la ansiedad y angustia que requieren una intervención especializada.
Reconocer nuestros miedos, analizarlos y tomar acciones concretas para superarlos, puede expandir nuestras posibilidades a nuevas experiencias y vivir una vida más plena.